Política y calidad, dos palabras madre del lenguaje empresarial. Toda empresa que se precie, apuesta por el uso de ambas, una para justificar sus medidas, otra para vender sus bondades.
Porque nada debería ser más importante para una empresa que ser consecuentes con su política de calidad, sea la que sea la que hayamos elegido. Obviamente, todas las empresas, apuestan por una política de calidad exigente. Fíjense cómo en los eslóganes de todo tipo de empresas siempre se habla de calidad, de servicio, de atención, de apuesta por el cliente, es como si todo el mundo tuviera claro que lo importante es dar un buen servicio y conseguir la satisfacción de su cliente.
Pero claro, si en nuestras empresas no somos consecuentes con esa política de calidad, estaremos cavando nuestra propia tumba. En poco tiempo, los clientes insatisfechos serán tantos que evitarán que otros nuevos quieran consumir nuestros servicios, lo cual llevará al fracaso total de la empresa y por último al cierre de la misma. Esto, mi desconocido interlocutor, se estudia en primero de sentido común (asignatura esta que debería ser obligatoria en las escuelas). Pero claro, cualquiera que tenga este sentido común, tenga mi edad (38 años), viva en España y lea lo que acabo de escribir e interprete que las grandes empresas constructoras de este país se puedan ir a la ruina por su mala atención a los clientes, pues como que terminará con una carcajada y me llamará ingenuo, es más, apuesto que usted mismo ha esbozado una mueca de sonrisa burlona, ¿a qué si?.
Claro que no se van a ir al garete, por supuesto que no, porque esas empresas constructoras son consecuentes con su política de calidad, que es la de mirarse continua y permanentemente al ombligo, fruto sin duda de la inanición permanente de las autoridades públicas que las contratan y de la realización de proyectos muy deficientes desde el punto de vista técnico. No pretenden atender bien al cliente, porque no lo necesitan, el cliente irá a ellas para reclamarles que financien las grandes obras que utilizan los políticos para salir en la tele y ponerse medallas. Y además, escudándose en que los políticos no cumplen con la ley de morosidad, exigen a su vez, que sean sus proveedores los que financien las obras. Pero lo más hiriente de todo es sin duda, que las grandes empresas constructoras hacen campañas de publicidad, preciosistas para demostrar lo buenos que son, lo mucho que se quieren y lo felices que están de haberse conocido.